Eugenio P. Baroffio. Gestión Urbana y Arquitectónica
Publicado: 24 de mayo , 2011Presentación del libro
30 MAY 2011 | 11:15hs. | Salón de Actos, Facultad de Arquitectura
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El Centro de Investigaciones de Arquitectura del s. XX en América Latina “Julio Vilamajó”, en coordinación con Facultad de Arquitectura y el CEDODAL, invita a la presentación del libro Eugenio P. Baroffio. Gestión Urbana y Arquitectónica. 1906-1956.
La presentación estará a cargo de: Dr. Arq. Gustavo Scheps, Dr. Eugenio Baroffio, D. Arq. William Rey, Arq. Ramón Gutierrez.
Se realizará el próximo lunes 30 de mayo a las 11:15hs. en el Salón de Actos de la Facultad de Arquitectura.
ME ALEGRA CONTAR CON UN ATECEDENTE PROFESIONAL Y HUMANO TAN TRASCENDENTAL.
SIGO LA CARRERA ARQUITECTURA Y ÉSTO ME INSPIRA A SEGUIR.
GRACIAS.
UNA PUBLICACIÓN INDISPENSABLE
PARA REPENSAR LA CIUDAD
En el diciembre de 1906 un arquitecto recién recibido, de nombre Eugenio Baroffio, ingresó como Encargado de Servicio al Municipio de Montevideo. Se iniciaba así un período que habría de durar 38 años y en el que nuestra capital, que comenzaba entonces un impetuoso proceso de evolución, habría de contar con la gestión de un lúcido referente que dejaría profundas huellas de su sentido común y su profunda vocación de servicio a la comunidad.
En colaboración del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (CEDODAL) y de la Facultad de Arquitectura se acaba de publicar el libro EUGENIO P. BAROFFIO Gestión urbana y arquitectónica 1906-1956. En 14 artículos de autores uruguayos y extranjeros vinculados con los temas urbanos y patrimoniales, el libro va revelando a este personaje de gran importancia en la historia urbanística de Montevideo, injustamente olvidado por circunstancias hoy difíciles de interpretar.
Por cerca de medio siglo, el Arquitecto Eugenio Baroffio desempeñó un rol significativo en la evolución de Montevideo, precisamente en tiempos que la futura metrópolis adquiría muchos de los rasgos que hoy la configuran. Los 20 autores, comenzando por su nieto, que hace un racconto familiar y biográfico muy útil para definir su personalidad, abordan diferentes aspectos de su actividad, múltiple y siempre dispuesta a colaborar en lo que él consideraba su función como servidor del colectivo. Porque el arquitecto Baroffio fue un dedicado y eficiente servidor público “de los de antes”, que por desgracia hoy ya no abundan. Su dedicación era tal que no tuvo actividad privada, ya que consideraba que eso colisionaba con el desempeño de sus tareas como funcionario del Estado.
Nacido en 1877, se recibió en 1905 y en 1906 ingresó al Municipio de Montevideo y continuó desempeñando tareas públicas hasta su muerte en 1956. Detallar aquí todos los cargos que ejerció sería inútil, pues se encuentran detallados y analizados en el libro, pero sí vale destacar que en general sus actividades eran dirigidas hacia objetivos relacionados con la arquitectura y la planificación de la ciudad, pero sin descuidar otros temas como los gremiales, universitarios, patrimoniales y artísticos, tanto nacionales como internacionales. En estos tiempos de Internet, teléfonos celulares y CAD, resulta difícil imaginar cómo pudo organizarse para cumplir con tantas tareas.
En distintos artículos del libro se abordan y analizan numerosos temas urbanos en los que intervino Baroffio, con abundantes fotos y planos ilustrativos, fruto de minuciosas investigaciones por parte de los autores. A través de sus observaciones, éstos estimulan al lector a reflexionar sobre el proceso evolutivo del Montevideo de 1900 al de hoy y también sobre los personajes clave que influyeron en esa evolución. En ese aspecto el libro, y especialmente los artículos tercero y cuarto, revelan desde un punto de vista disciplinar objetivo y cuidadoso, que Baroffio fue un destacado protagonista de la última gran evolución urbanística de un Montevideo que desde la época del Ingeniero Fabini no ha tenido el privilegio de contar con buenos planificadores que puedan poner en práctica sus ideas para la materialización de una ciudad mejor. Otro artículo, el sexto, detalla los procesos de creación de dos símbolos institucionales para ese entonces: el actual Palacio Legislativo y el abortado Palacio de Gobierno, que se pretendía edificar en el terreno donde hoy se levanta el Palacio Municipal. De su lectura surge cómo pudo ser diferente el centro de Montevideo de haberse construido ese edificio.
De los escritos de Baroffio, el libro recoge algunas reflexiones que aún tienen vigencia hoy:
“Nuestras playas se han reducido demasiado, se han llevado sus ramblas muy sobre el mar” 1928 -pag. 16- Recordemos Piriápolis, comienzo del siglo pasado y Punta del Diablo, hoy. Nada ha cambiado.
1918 “La tiranía del interés privado, las influencias perniciosas de los caprichosos mandatarios deberán posponerse a los bien entendidos intereses generales” -pág. 22- Sin comentarios.
“Por muy amigo que sea de de todo aquello que pueda evocar en plenitud una época de nuestra historia o de cuanto tenga un valor artístico relativo al desenvolvimiento de nuestra cultura, es forzoso valorar, previamente, el mérito y la finalidad de la Conservación de la Cosa, en trance de desaparecer o de cambiar la forma en que adquirió su mérito” -pág.56- Esa cuestión, vital para la conservación del patrimonio edificado, mantiene hoy total vigencia, y como lo demuestran algunos recientes sucesos, aún no ha sido resuelta.
Existe mucho material sobre Montevideo y su evolución edilicia, pero esta publicación es especialmente valiosa por haber logrado recopilar artículos de reconocidos especialistas que despliegan un panorama atractivo y amplio de las acciones de un decisor de los principales temas urbanos de la primera mitad del siglo pasado, una etapa clave en el surgimiento de la ciudad de hoy.
Este ineludible volumen ayuda a recuperar la referencia sobre la necesidad de detenerse a reflexionar cómo debería ser Montevideo, devenida ya una metrópolis, que en estos tiempos de rápido desarrollo no está trabajando lo suficiente en planificar su futuro.
Arq. Julio Villar Marcos
Julio de 2011
ARQUITECTO EUGENIO P. BAROFFIO
por su nieto
el Dr. Eugenio Baroffio Abadie,
Mi hermana mayor y yo dábamos vueltas en sendos triciclos recorriendo el patio central con claraboya de la casa de mi abuelo. Ajenos a todo lo que pasaba alrededor, nos divertíamos y gritábamos nuestra circunstancial alegría. La diversión y nuestros chillidos más el chirriar de aquellos velocípedos (que así les llamaba papá) contrastaba con la silenciosa angustia que reinaba en el dormitorio donde yacía en cama, enfermo de cáncer, nuestro abuelo, rodeado de la familia más íntima. Fue mi madre la que salió del dormitorio y nos ordenó cesar aquella expansión con que nos recreábamos dos criaturas de seis y casi cuatro años respectivamente. No es ése mi primer recuerdo en orden cronológico, pero sí el que quedó grabado en mi memoria sin la distorsión que fotografías o narraciones familiares ejercen con los demás que tengo de mi abuelo paterno.
A los pocos días, la profunda tristeza de mi padre y la noticia que nos trasmitió mamá, nos puso al tanto de la muerte del abuelo que, supongo yo, no comprendimos bien lo que implicaba, en aquel momento. Fue el 11 de mayo de 1956 y estaba por cumplir 79 años.
“Abuelito”, como así lo llamábamos, era aquel anciano de baja estatura, pronunciada calvicie y escaso cabello blanco, con bigote que amarilleaba a causa del cigarrillo y claros ojos celestes. Vestía siempre formalmente -fuese invierno o verano- traje oscuro con chaleco, camisa blanca y corbata. Los domingos llegaba regularmente a casa, caminando, desde la suya muy próxima, portando una caja con merengues para el almuerzo familiar. A esa altura tenía cuatro nietos: los únicos que llegó a conocer. Hoy, en total, sumamos diez. Siete del hijo mayor, mi padre, el Dr. Eugenio V. Baroffio y tres del menor, el formidable dibujante Ulises R. Baroffio.
Lo evoco como una persona de buen carácter, cariñoso con nosotros pero serio, casi adusto. Sin embargo, se prestaba pacientemente a nuestros juegos infantiles y dejaba que mi hermana y yo (los dos mayores) simuláramos que lo peinábamos y le cortábamos el cabello, que brillaba por su ausencia desde que era muy joven.
También paseaba de la mano con los tres mayores, o cargaba en sus brazos a la menor, prestándose gustoso a ser fotografiado o filmado por papá en esas imágenes de más de medio siglo que atesora el álbum familiar. Hombre de pocas palabras en su cotidianeidad, se convertía en un formidable conversador cuando de temas que su vasta y casi renacentista cultura se trataba, en cuyo caso exhibía una notable erudición. Pero, como ya dije, en lo familiar era casi tímido al punto que no puedo olvidar la anécdota de mi madre de una ocasión en que lo convidó con un cafecito, que aceptó gustosamente y, como ésta omitió por distracción entregarle una cucharita, en vez de reclamarla, extrajo uno de sus lápices de dibujo de un bolsillo y se puso a revolverlo con él.
Era un hombre de singular modestia cuyos únicos intereses se vinculaban con lo estrictamente cultural y jamás tuvo apego a otros bienes materiales (que ni casa o automóvil propios poseyó) que no fueran sus libros, sus cuadros u otras obras de arte que le obsequiaban sus amigos, discípulos, colegas y admiradores.
Cuentan los memoriosos de la familia que, cuando compraba un traje nuevo, antes de estrenarlo socialmente, se echaba a dormir una siesta con él puesto, para darle una apariencia que no “delatara” su novedad. Hasta ese punto era tan propicio al desprecio de todo alarde.
Mi padre, que a pesar de una trayectoria propia y pública abundante, jamás se vanaglorió de ella, expresó una vez por escrito en carta al Concejo Municipal de Montevideo: “Ha sido norte de mi vida parecerme a él aunque no lo logré”. La admiración que le profesaba nos fue trasmitida a sus nietos de tal forma que aunque habiéndolo conocido tan poco directamente, todas las expresiones que a su propósito pueda verter estarán siempre teñidas de la subjetividad que me impone un juicio siempre muy favorable, a tal punto me ha deslumbrado -con el tiempo, ya en la madurez- descubrir el perfil de un gran hombre.
Gracias a la generosidad del CEDODAL y, particularmente de ese ilustrado y afectuoso amigo personal que representa el Arquitecto Ramón Gutiérrez, es que encuentro ocasión de participar, a seis décadas de su muerte, en esta obra que constituye un homenaje muy merecido al Arquitecto Baroffio.
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Amó la tierra en que nació y, singularmente, a la ciudad de Montevideo, por la que tanto trabajó y a la que entregó lo mejor de su inmensa capacidad profesional. Sin embargo, era hijo de italianos, el pintor y escenógrafo Eugenio Francisco Baroffio (1838, Varese, Lombardía) – 1913, Montevideo, Uruguay) y doña Olimpia Zanelli (Veppo 1856 – Montevideo 1925). Su padre (mi bisabuelo) llegó al Uruguay en 1868 (bajo la Presidencia del Gral. Lorenzo Batlle), después de haber interrumpido sus estudios de arquitectura en la Academia de Brera (Milán), para servir a su patria en las guerras de la Unidad Italiana, como sub teniente de la infantería del Cuerpo de Carabineros Reales durante diez años. Estando radicado en el país contrajo matrimonio con Olimpia Zanelli.
La figura indiscutible en el ambiente pictórico nacional, a su llegada, la constituía Blanes. Proveniente de una nación donde se rendía culto al arte en todas las clases sociales, mi bisabuelo trató de entender el ambiente que lo rodeaba y buscó aprovechar la preparación académica que no había interrumpido a pesar de su carrera militar. Es que aprovechado su estadía en Turín, mientras cumplía una comisión para el Ministerio de Guerra, completó sus estudios de pintura y obtuvo una cultura general con clases de idioma y de historia.
Una vez en Uruguay, volcó su técnica artística en una actividad afín con sus exuberantes conocimientos del dibujo, la ornamentación y las clásicas dimensiones espaciales. Fue pintor y escenógrafo y, también, Profesor de Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios (hoy UTU) desde 1883 hasta 1885. Se dedicó a la escenografía a partir de ese año, habiendo participado en los decorados del “Stella D’Italia”, hasta llegar a monopolizar la mayor parte de los trabajos que le encargaban las compañías teatrales que actuaban en la ciudad (Teatro Solís, San Felipe, Cibils y Politeama). Algunas salas teatrales del interior recibieron el ornato permanente de sus paredes y también desarrolló el decorado del Teatro Odeón, entre muchas otras obras.
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El arquitecto Eugenio Pílades Baroffio, nació el 15 de agosto de 1877, fruto del matrimonio antes referido. Se graduó de Arquitecto, egresando de la Facultad de Matemáticas de Montevideo en 1905. Reproduciendo expresiones publicadas en la “Revista Histórica”, de la que fue ilustre colaborador hasta su muerte, vale la pena expresar que “La característica de Baroffio fue la plasticidad de su inteligencia -bello exponente de inteligencia latina- y la equilibrada armonía de las aptitudes que ennoblecían su persona. Eugenio Baroffio fue un hombre reposado en sus gestos, ecuánime en sus juicios, con clara noción de la medida para todas las cosas, clásico en sus concepciones estéticas pero sensible a las ideas renovadoras si tenían un rasgo de calidad; firme en sus convicciones pero respetuoso y tolerante de todas las opiniones, poseedor de una rica y variada cultura que prodigó sin alardes, con callada modestia que en él fue hermana de una ejemplar probidad”.
Una anécdota conocida en el seno familiar, recuerda su actitud ante la llegada del Maestro Torres García, de regreso al Uruguay en 1934. Obviamente, el ambiente artístico nacional se vio conmovido, aunque poco atraído por la llegada de una expresión absolutamente revolucionaria con su simbología constructivista. Entre los años 1937 y 38, Torres García realizó su conocido “Monumento Cósmico”, pero la relativa hostilidad del ambiente artístico vernáculo le hacía temer por la ubicación que el Municipio le pudiera adjudicar. Ello lo indujo a ir a plantear el caso a mi abuelo, a la sazón Director General de Obras o Director General del Departamento de Arquitectura (no puedo precisarlo). El gran artista entró desconfiado de lo que sería la decisión, pero mi abuelo, con total honestidad, le comentó que independientemente de las reservas que le pudieran merecer las nuevas estructuras formales, originarias de los centros europeos más avanzados, reconocía los valores del esfuerzo por imponer su arte innovador y le garantizó una ubicación acorde con ello. Así fue que se emplazó la hoy famosa escultura, en un lugar emblemático del Parque Rodó con frente a Julio Herrera y Reissig, desde donde fue luego trasladado más recientemente, al jardín del Museo Nacional de Artes Visuales. El gran Maestro de la pintura le quedó siempre agradecido, lo visitó muchas veces en su casa y hasta le obsequió varios libros.
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En 1902, aún antes de culminar la carrera, Baroffio ingresó al Departamento Nacional de Ingenieros del Ministerio de Fomento, como copista dibujante de la Sección de Arquitectura y Dibujo, donde fue sucesivamente Jefe de Sala de Dibujo y Dibujante Proyectista, hasta que en diciembre de 1906 ingresó al Municipio de Montevideo.
La actuación más relevante del Arquitecto Baroffio, a partir de ese momento, se desarrolla paralelamente en dos escenarios: la Universidad y el Municipio de Montevideo. Sin embargo, le sobra tiempo para asumir muchas otras tareas.
En 1905 fue designado profesor sustituto de dibujo en Enseñanza Secundaria y años más tarde Profesor Titular. En 1906, la Facultad de Matemáticas lo nombra profesor sustituto de construcción, al tiempo que en Enseñanza Secundaria se le adjudicaba el aula de Dibujo Lineal y, a fines del mismo año, la Dirección de Obras Municipales lo elegía para desempeñarse como Encargado del Servicio de Arquitectura del Municipio. En 1908 se le adjudica el curso de arquitectura 3er. Curso en la Universidad, donde llegó a ser Miembro del Consejo Directivo, cargo que reasumió una vez creada la Facultad de Arquitectura.
En julio de 1911, el Ministerio de Obras Públicas lo seleccionó para tomar parte en el Concurso Internacional de Trazado de Avenidas de la Capital (lo cual lo obligó a renunciar a su condición de Jurado que le había sido cometida anteriormente) y el Consejo de Enseñanza Secundaria y Preparatoria le encomendó la confección del Programa de Estudios de Dibujo en Primer Año. Poco antes, había obtenido Premio en la Exposición Internacional de Bruselas celebrada en 1910.
El año de 1912 produce una importante inflexión en la trayectoria del Arquitecto Baroffio, generándose a partir de ese momento, la confirmación de sus virtudes y talentos, lo cual lo empuja a una actividad cada vez más intensa, a la vez que diversificada. En febrero se le designa integrante del Jurado que debe dictaminar respecto a los proyectos presentados para la construcción del Palacio de Gobierno y, además, obtiene el tercer premio en el Concurso Internacional de Plan Regulador de Montevideo. El mayor mérito lo constituye haber sido el único uruguayo premiado (competía con 17 proyectos) y haber sido superado exclusivamente por los Arquitectos Augusto Guidini y José Brix, italiano y alemán respectivamente, profesionales urbanistas con vasta y reconocida experiencia internacional. El Poder Ejecutivo, finalmente, decide designar una Comisión Técnica constituida por Guidini, Baroffio y Juan P. Gianelli para preparar el plano regulador definitivo de la ciudad. El plano se elaboró pero, lamentablemente, no fue llevado a cabo sino tan sólo en parte.
De entre las múltiples actividades que desempeñaba Baroffio, aún apartadas de su profesión, vale señalar que en octubre de 1912 fue designado por el personal de las oficinas dependientes de Obras Municipales para representarlo ante el Congreso de Empleados Públicos que tenía por objeto tratar la reforma de la Ley de Jubilaciones y Pensiones Civiles. Y en marzo de 1913 integró la Comisión que debería asesorar al Consejo de Enseñanza Secundaria en la adopción de sus programas de estudio. Ese mismo año integró el Consejo Directivo de la Facultad de Matemáticas en representación de los Arquitectos. Pero, desde hacía tiempo, dirigía conjuntamente con el Ing. Vicente García, la Revista de la Asociación Politécnica del Uruguay. En 1914 también formó parte de: una Comisión Especial para estudiar y proponer a la Junta Económica y Administrativa una ordenanza general sobre previsión y reducción de incendios; de la Comisión Municipal de Fiestas y elegido por la Sociedad de Arquitectos para formar parte del Comité de redacción de su Revista y la Comisión encargada de revisar su arancel de honorarios.
En 1913, inicia su proceso de colaboración artística con el eminente profesor arquitecto italiano, su entrañable amigo, Gaetano Moretti, en la reforma y conclusión del Palacio Legislativo que llevaría más de 12 años de fructífera labor.
En 1915 el Municipio montevideano lo nombra, interinamente, Jefe Técnico de Parques y Jardines en sustitución de D.C. Racine que acababa de renunciar. Y en 1916 se le designa para regentear la Cátedra de Dibujo de la Escuela Municipal de Jardineros.
Desde 1916 en adelante, durante varios años integra la Comisión Directiva de la Sociedad de Arquitectos. Pese a sus múltiples actividades forma parte, además, del Jurado de Escultura del Salón Municipal y de la Comisión Organizadora del Salón Municipal de Pintura y Escultura. En diciembre de este último año se le comete, conjuntamente con Alberto Gómez Ruano, Silvio Geranio y Plácido Abad, el estudio de todo lo que tuviera interés histórico y arqueológico en Montevideo.
En 1917 se hace cargo de la Dirección de Paseos de la Intendencia Municipal por unos meses, ante la ausencia de su titular, al tiempo que la Sociedad Dante Alighieri le confiere una medalla de plata como homenaje a su colaboración; y en 1919 se le designa para integrar la Comisión encargada de estudiar y proyectar una nueva ley general de construcciones.
En 1918 integra el Consejo Directivo de la Facultad de Arquitectura en representación de los Profesores, misión que le vuelve a ser encomendada dos años más tarde.
En 1920 asiste al I Congreso Panamericano de Arquitectos que se lleva a cabo en Montevideo. En esos momentos se ocupaba, además, de la Dirección de Obras del Hotel Carrasco y, en octubre, formando parte de la comisión encargada de ello, formula el programa para el concurso de proyectos del Palacio Municipal.
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El 30 de abril de 1920, Baroffio contrajo matrimonio con Doña Dora Brignoni Petrini que había nacido el 1° de octubre de 1889 en Montevideo. Era hija de Don Carlo Brignoni, nacido en Breno, un pueblito del Cantón ticinés (Suiza italiana) en 1847 y había emigrado al Uruguay en el último tercio del Siglo XIX. Una vez afirmado económicamente en Montevideo, ejerció su oficio de yesero (aprendido en el Instituto de Construcción y del Arte de Lugano) y terminó fundando una fábrica de baldosas de Pórtland. Volvió, entonces a su Patria donde se casó con Lucrecia Petrini, natural de Comano (Suiza), donde había obtenido el título de maestra y ejercía su profesión.
Importa, a los efectos de este breve esbozo de una biografía del Arquitecto Baroffio, relatar que Dora Brignoni tenía dos hermanos, uno de los cuales, Alberto, nacido en 1876 y casi coetáneo de mi abuelo, siguió estudios universitarios en la Facultad de Matemáticas, de la que egresó con el título de Constructor, ahora inexistente. Fue en aquellos tiempos compañero de Eugenio Baroffio y, precisamente en ocasión de una visita que éste realizó al sanatorio donde estaba internado circunstancialmente Alberto Brignoni, fue que conoció a Dora, hermana del enfermo. Luego del correspondiente prolongado noviazgo, como era de uso y costumbre, se casaron en la fecha antedicha. Baroffio tenía 43 años y su esposa 31. El 12 de marzo de 1921 nació mi padre, el Dr. Eugenio Baroffio Brignoni y el 8 de diciembre de 1922 Ulises Baroffio Brignoni.
Mi abuela Dora, murió en Montevideo, el 24 de febrero de 1943, después de larga y penosa enfermedad que soportó con resignación cristiana y profunda fe religiosa que le habían inculcado en su hogar y en el Colegio de las Hermanas Adoratrices, entonces -y aún hoy- sito en la calle Mercedes. Allí realizó los cursos que en aquella época hacían las señoritas: la escuela primaria, labores y un poco de francés y música.
El hogar quedó sin la presencia femenina, cuando mi padre tenía 21 años, su hermano 20 y mi abuelo 65. Creo que esa circunstancia acrecentó la unión entre padre e hijos y de los hermanos entre sí, que perduró mientras mi abuelo y mi padre vivieron, y se prolonga en el admirado y afectuoso recuerdo que mi tío Ulises conserva imborrable y le acompaña en su todavía lúcida ancianidad.
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En 1922, el Ministerio de Instrucción Pública nominó a mi abuelo vocal del Consejo de Enseñanza Secundaria. Poco más de una década más tarde, en marzo de 1933 asumió como Decano de la Sección Enseñanza Secundaria y Preparatoria, cargo que desempeñó -siempre honorariamente- hasta que esta rama se segregó de la Universidad, en noviembre de 1935. Su inmenso sentido de la responsabilidad y un pundonor difícil de encontrar sino en los grandes hombres, le impuso -como si fuera una obligación- retirar a sus hijos del colegio privado al que asistían, para empezar a concurrir a la enseñanza pública, apenas asumió su cargo. No admitía tan siquiera pensar que fuera honesto dirigir la enseñanza pública y enviar a sus hijos a una institución privada.
Con la misma rectitud se condujo en el ejercicio de la arquitectura. Desde que sus cargos en el municipio de Montevideo (ejercidos a lo largo de 38 años) lo obligaban a controlar los proyectos de construcción que pasaban por la Dirección de Arquitectura, la Dirección de Obras Municipales o el Departamento de Arquitectura que comprendía los servicios de urbanística, y le conferían incidencia en las valorizaciones o depreciaciones que podían causarse en inmuebles particulares como fruto de sus decisiones, jamás ejerció liberalmente su profesión, por lo cual no ha quedado ni un solo proyecto de su autoría plasmado en obra privada alguna. Para él, semejante “implicancia” habría configurado un sacrilegio.
En cambio, fue autor de múltiples proyectos que engalanaron y aún perduran en la ciudad de Montevideo. Todo lo que se realizó durante el dilatado período dedicado por él al Municipio, siempre que estuviera vinculado con el ordenamiento arquitectónico y urbanístico, tiene su impronta y es reflejo de una gran capacidad creativa, desde las ordenanzas y disposiciones reglamentarias, los más variados estudios hasta las normas o sugerencias de carácter general -lamentablemente no siempre escuchadas- a través de todo lo cual se percibe su concepción del desarrollo de la ciudad concretado en el Plano Regulador. También hay millares de expedientes y prolijos informes que redactaba con un cuidadoso y elegante estilo.
Nombrar todos los proyectos concretados sería difícil o hasta nos haría excedernos del espacio lógico a destinar a este capítulo. Sin embargo, es oportuno recordar, por lo menos los siguientes:
– Proyecto de Parque para el Cerro de Montevideo;
– El Barrio Jardín del Parque Rodó;
– Reformas y decoración interior del Hotel Carrasco y reforma del Museo Histórico Municipal (en Camino Castro);
– Ampliación del Museo Municipal de Bellas Artes en el Prado, empleando la técnica del reciclaje para convertir la Quinta de Raffo en lo que es hoy el Museo Blanes;
– Plan General del Jardín Zoológico y proyecto de algunos de sus pabellones;
– Proyecto del Cementerio del Norte y de la Rosaleda del Prado;
– Determinación del emplazamiento y reconstrucción del Cubo del Sur;
– Templete de Venus del Parque Rodó, situado en Herrera y Reissig y 21 de Setiembre;
– Reforma del frente del Cementerio Central;
– Trazado de la Plaza Gomensoro y la Plaza Trouville sobre la Rambla de Pocitos;
– Proyecto y Dirección de la construcción de los Talleres Municipales del Cerrito;
– Ampliación del Parque Hotel incluyendo la regularización urbana de sus adyacencias;
– Participación en la Comisión encargada de proyectar la reconstrucción del histórico Cabildo de Montevideo.
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Si dejamos hablar al propio Baroffio, podemos recordar sus palabras expresadas en ocasión en que agradeció el homenaje que se le tributara con motivo de sus Bodas de Oro con la Profesión de Arquitecto: “Puse al servicio de mi cargo municipal todo el caudal de mi espíritu, todo el amor que nace de un conocimiento más acabado de las cosas, aplicándolo a mi ciudad, a todo lo que ella tiene de esencial en su vida, a todo lo que ella reclama”. Y no puede caber duda acerca de que así fue.
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1927, se convierte en un año muy especial para el Arquitecto Baroffio. El 4 de octubre, en desempeño de una misión oficial, viaja a Europa, puesto que el Municipio le confiere su representación a efectos de comparecer en los actos de celebración del centenario de Marcelino Berthelot, químico, político e historiador francés.
Adicionalmente, se le encomienda el estudio de la construcción de casas de habitación colectiva, modernas y económicas, además de estéticas e higiénicas; también el estudio de los reglamentos de construcción y la forma de coordinarlos con lo legislado en Uruguay. Finalmente, se le requiere una especial atención a los temas de urbanización, estudiando las últimas realizaciones y la nueva construcción y modernización de ciudades. Visita Francia, Bélgica, Suiza, Austria, España e Italia. La Prensa de la época destacaba -insólitamente, según parámetros del presente- que “la estada del Arquitecto Baroffio será breve (cinco o seis meses) si se tiene en cuenta la amplitud del programa de estudio y observación que se propone realizar”.
Baroffio se embarca en el Giulio Cesare con destino a Francia, acompañado de su esposa y los dos pequeños hijos.
Fuera de su misión oficial, Baroffio hace una visita, cuya impresión trasmite en un párrafo muy elocuente en una de sus cartas, al referir a la fábrica de automóviles Renault: “La visión directa de esas enormes instalaciones me produjo una impresión indescriptible. Asistí al trabajo de muchas partes del automóvil, vi los altos hornos, los grandes martinetes, etc. …En fin, una evidente demostración de la potencia maravillosa de la gran industria moderna que para el funcionamiento de esta sola fábrica requiere unos treinta mil obreros!”
Los diarios montevideanos fueron dando cuenta del periplo de Baroffio por Europa y, a su regreso, que se produce a fines de marzo de 1928 en el mismo buque que lo trasladara a la ida, se publican múltiples notas y reportajes en que narra su experiencia. Se recogen allí comentarios todavía actuales a propósito, por ejemplo, de los balnearios europeos y bajo el título “El Tesoro de nuestras playas” se escucha su sabia voz: “Poco importa que el mar esté alborotado, que los días grises, lluviosos no permitan al turista disfrutar de la naturaleza. Allí cerca, bajo techo, están todas las atracciones imaginables. Pero no solo hacen falta en los balnearios los atractivos para el tiempo inclemente. Siempre viene bien una hora amena, pasada en un pequeño teatro ad – hoc, o un concierto … Nuestras playas se han reducido demasiado, se han llevado sus ramblas muy sobre el mar. La proximidad del agua habría sido mejor lograrla, sin sacrificar las arenas, con puentes”.
Preguntado acerca de lo que habría que efectuar en las playas de Montevideo, se extiende explicando: “El asunto es digno de un plan meditado. Pocitos necesita una cosa y Carrasco otra muy distinta. No hablaré de Ramírez, que ha dejado de ser la playa a la cual se le hizo un pequeño parque, para ser como una especie de agregado a un gran parque comunal. Las playas en general necesitan refugios a los que el público llegue fácilmente cuando se descompone el tiempo. Y necesitarían más: servicios de toda clase, como los que poseen las playas europeas, aprovechando los desniveles del terreno: locales para cambiarse de ropa, dependencias higiénicas, saloncitos donde se instalen los negocios más distintos; el comercio de artículos de recuerdo y la bisutería, la mercería y el bazar de juguetes aparentes para la playa … Sin olvidar las construcciones grandes que permitan alojar biógrafos, bibliotecas, etc. En los balnearios no ha de ser todo, con ser lo principal, vida fisiológica, hay que darle su parte al espíritu que llega a aburrirse después de varias horas de contemplación frente al mar.” Y, rematando el tema aludía a la necesidad de imitar el arbolado de las playas que tienen los balnearios europeos, donde abundan las palmeras en los paseos cercanos a la costa.
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Muchas fueron las facetas de esta figura tan eminente y selecta. Pero, en materia de Arquitectura, resta aún señalar su integración a las delegaciones de diversos Congresos Internacionales. En 1927 concurrió al III Congreso Panamericano de Arquitectura de Buenos Aires; en 1930 estuvo presente en el IV Congreso de Río de Janeiro. En 1936 fue al Primer Congreso Panamericano de la Vivienda Popular y 1949 asistió al Congreso Panamericano de Municipios. Estos dos últimos en Buenos Aires. En el IV Congreso Histórico Municipal de 1949 presidió la delegación uruguaya y fue designado Presidente de la tercera sección y Vicepresidente del Congreso.
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Como expresara el Arquitecto Horacio Terra Arocena, en discurso pronunciado al cumplirse cinco años de su fallecimiento, Baroffio, “fue más que un profesor, fue un escritor de nivel universitario que difundió la cultura: un erudito humanista que penetró con particular predilección y sutilmente, en los valores auténticos del Renacimiento, que aquilató lo que esos valores representaron para el desarrollo de la persona humana y para el esplendor de las artes; y que hizo a muchos partícipes de los tesoros de su conocimiento constante y amorosamente elaborado”.
El afecto por su ciudad lo condujo a la investigación de la historia de sus monumentos y de la vida intelectual y social de su pasado. Fue autor de varias monografías de Arte y de Historia como “El Cementerio Central. Su posición en la arquitectura de Montevideo en la segunda mitad del siglo pasado” (1932); “Juan Manuel Ferrari, escultor” (1938); “Garibaldi. Cómo y por qué vino a Montevideo” (1950); “La Plaza Independencia de Montevideo. Origen y vicisitudes de su traza y de su ordenación arquitectónica” (1955).
En las numerosas comisiones de que formó parte y en reuniones de las entidades académicas a las que perteneció, en el fluir de las conversaciones improvisadas, Baroffio dejaba ver, respondiendo interrogantes o acotando opiniones con gran sencillez de palabra, lo mucho que sabía de la historia montevideana, de sus edificios antiguos, de los arquitectos e ingenieros del pasado, – Toribio, Zucchi, Canstatt, Pedralbes, Rabú, Capurro o Andreoni- de los artesanos, procedimientos y estilos de cada época.
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Baroffio fue Presidente del Círculo Municipal y del Círculo de Bellas Artes, de la Sociedad de Arquitectos y de la Cooperativa Municipal. Miembro de número del Instituto Histórico y Geográfico, Vicepresidente de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos, tanto como de la Comisión Municipal de Nomenclatura Urbana.
Luego de concluida la obra del Palacio Legislativo se convirtió en Asesor de su Comisión Administrativa, hasta su muerte.
Fue socio honorario de la Academia de Bellas Artes de Milán; Honorario Correspondiente del Real Instituto Británico de Arquitectos; de la Sociedad de Arquitectos de Chile y de Río de Janeiro; Correspondiente de la Asociación “I cultori de la architettura” de Roma y Milán. Correspondiente de la Academia de Historia de Madrid y de la Academia Nacional de la Historia de Ecuador.
Su permanente y vieja vinculación con la colectividad italiana -hablaba y escribía el idioma como si fuera su propia lengua materna- lo llevó a ocupar cargos directivos en 1916 del Comité de la Dante Alihieri, función que reasumió desde su Presidencia en 1947. Fue Presidente del Círculo Italiano y Vicepresidente de la Asociación Cultural Italo – Uruguaya; Presidente de la Scuola Italiana y Benemérito del Hospedale Italiano Humberto I.
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Políticamente, siempre conservó un espíritu republicano mazziniano y garibaldino, profundo conocedor de la historia de ambos y autor de una monografía sobre Garibaldi y su asistente oriental Moreno Aguiar, muerto con Luciano Massera en la defensa de Roma en 1849. Integró el Consejo Directivo de “Casa Garibaldi”, institución que adquirió la casa en que habitó el héroe durante su permanencia en Montevideo, entre 1842 y 1848.
Su espíritu de justicia no conoció barreras de antagonismos ideológicos ni de intereses. Quizás por eso mismo, Baroffio no será recordado como un batllista -que lo fue en su momento, aunque sin la menor participación política activa- sino como un ciudadano ilustre cuya dimensión trascendió ideologías y credos. El espacio en que se desenvolvía -como se ha visto- era el del mundo de la cultura y en tanto que hombre sabio y bueno, entregó su vida profesional a la ciudad donde nació.
Sus vínculos con Don José Batlle y Ordóñez, se ahondaron cuando éste regresó de Europa, después de ejercer su primera presidencia y así narraba Juan Carlos Sabat Pebet -en un artículo publicado en 1951 en el diario El Día- que se pronunciaba Baroffio a propósito del Don Pepe: “Nunca lo vi tan en poeta a Batlle. Aquel día, en los comienzos de su segunda presidencia, dominaba en él su capacidad de soñador. Hablaba el visionario. Caminaba lentamente, con sus pasos macizos, y al par que me refería recuerdos de su viaje por las principales ciudades europeas, me proporcionaba sugestiones con el fin de que aquellas sus experiencias, contribuyeran al mejoramiento urbanístico de Montevideo”. Luego, el escritor se detiene en una descripción de Baroffio que coincide con el recuerdo que conservo de él. Pequeño, suave, de sonrisa insinuante. Sus ojos se aclaran al pensar en la figura prócer. Con pocas palabras consigue retratar y hacer hablar a Batlle. Fue Batlle quien le solicitó a Baroffio que hiciera los estudios correspondientes para transformar el Cerro de Montevideo y el Arquitecto se puso de inmediato a la tarea. Igual sugestión e idéntico proyectista son la base del Barrio Jardín, entre el Bulevar Artigas y el Parque Rodó.
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La ciudad de Montevideo le rindió tributo, algo tardío en mi opinión, trazando y designando con su nombre el Parque Lineal que se encuentra en Punta Gorda, en las proximidades del Molino de Pérez, desde la Rambla O’Higgins hasta Avenida Italia.-
Dr. EUGENIO BAROFFIO ABADIE
(Este texto constituye el primer Capítulo del Libro: “Eugenio P. Baroffio. Gestión Urbana y Arquitectónica. 1906-1956”